domingo, 21 de septiembre de 2014

Novena. 8º. El martirio.


Meditación.

Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, los crucificaron a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús dijo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.

Jn 23,33-34

Meditación[1].

Eran aquellos tiempos difíciles para los católicos. En una ocasión, estando en Bèlgida el predicador de una fiesta fue malinterpreto, teniendo D. Pascual que defenderle. Meses después la Iglesia fue clausurada y los objetos sagrados profanados. Un día le pidieron la llave del sagrario, él se negó y trató por todos los medios de entrar en la iglesia y sumir las formas consagradas. La orden estaba dictada, expulsión.

Un familiar fue a su casa y lo escondió en unas bodegas de su hogar. Una noche le dijo a su buen protector: “yo no puedo seguir aquí, porque te comprometo, tú tienes muchos hijos y yo no tengo nada que perder”. Al amanecer  D. Pascual emprendió el regreso a su pueblo. No es fácil para un sacerdote abandonar su parroquia y menos aún de esta forma. Campo a través,  el sacerdote con el alma rota comenzó a andar. Al llegar a casa, llamó, le abrieron y comenzó a llorar. Eran días difíciles, “nos matarán y hay que estar preparados”, comentaba con el seminarista y posteriormente sacerdote D. José María Tormo Cerdá. Pasaron los días, con ánimo sereno iba asumiendo la posibilidad del martirio. Leía y rezaba sin salir de casa, pero sin ocultarse.

Y llegó el día 15 de Septiembre de 1936. A las dos de la madrugada llamaron a la casa de sus padres dos desconocidos. Su cuñado abrió, buscaban a D. Pascual. Su hermana se arrodilló suplicando no se lo llevaran. Su madre pidió abrazarle para despedirse de él, sin embargo aquellos desconocidos lo impidieron. El respondió: “No padezca, madre, resignación, venga lo que Dios quiera. Mientras su padre, convaleciente lloraba, “hijo mío, que ya no te veré más”.  Serenamente subió al coche y fue trasladado al Comité. De allí él y su cuñado fueron conducidos a Bèlgida. En el Comité se encontraban detenidos, entre otros el seminarista D. José María Tormo y el cura de Otos. Le preguntaron si le conocía a lo que respondió afirmativamente. También le preguntaron sobre sus actividades políticas, respondiendo que jamás se había metido en política y sencillamente era sacerdote. Su cuñado fue liberado. Conducido por la N 340 hacia Valencia, alrededor de las 6 de la mañana fue asesinado en el Puente de los Perros del puerto de Carcer, término de Llosa de Ranes. Allí lo encontró su cuñado, quien lo enterró.

Y D. Pascual ofreció su vida por Cristo, su sacerdocio llegó a la máxima expresión. Al recordarle queremos pedirle a D. Pascual por quienes mueren víctimas de la violencia, en sus diversas formas.

          Salmo 21
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito,
y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.
En tí confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a tí gritaban, y quedaban libres.



[1] Tomado del folleto realizado por el Canónigo hijo de Montaverner M.Ilmo. D. Ramón Fita Revert y publicado en www.archivalencia.org

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